Cuando hablamos de emociones es importante recordar que, como padres, les enseñamos a los chicos a ponerles nombres, las reconocemos como válidas cuando las sienten comprendiéndolas, aceptamos que aparezcan (cualesquiera sean) pero limitamos y educamos los actos que derivan de ellas.
¿Qué significa esto?
Que si el chico está enojado puede expresar su enojo de mil maneras pero lo que definitivamente no puede es lastimar a otro, lastimarse a sí mismo o producir daños en el ambiente.
Que si está celoso no puede pegar al hermanito, morderlo o en su defecto pegarnos a nosotros. Podemos hablar de sus celos, comprenderlo, pedirle que raye un cuaderno para expresarlo pero nadie debe salir lastimado.
Que si está envidioso porque su castillo en la arena es más feo que el del vecino, no puede desarmarlo.
Que si está de mal humor porque tiene yeso puede protestar y nosotros comprenderlo. No puede rayar los muebles.
Como padres atendemos, comprendemos y propiciamos la expresión emocional y limitamos, encauzamos, educamos, las acciones que se derivan de ellas.
Es por esta razón que la educación de las emociones nunca debe ser confundida con un " viva la pepa".
¿Qué ventajas tiene para el chico este enfoque de las emociones?
El chico que conoce y acepta sus propias emociones puede reconocerlas en los otros.
Esto permite ponerse en el lugar del otro, ser empático.
El control de la expresión emocional colabora con una mejor relación con pares y amigos.
Todo esto contribuye o no a que un chico desarrolle su inteligencia emocional.
¿El acento en el mundo emocional de los chicos los vuelve más vulnerables, más "flojitos"? No, para nada. Al contrario, los fortalece como personas al no tener que hacer malabares para lidiar con ellas o gastar energía en reprimirlas.
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